A María Joaquina le encanta celebrar su cumpleaños, pero cada uno siempre tiene una peculiaridad, uno sabe en qué lugar va a comenzar la celebración, pero nunca donde va a terminar.
Ya con mi nombre asegurado en la lista de invitados, empecé a producirme para tal magno evento. Luciría un corte de pelo recién hecho por un estilista que había arribado de Italia hace poco y me encontraba en el peso y medida oficial, así que estaba lista.
Llegué al restaurante ubicado frente al mar y aunque la terraza era nuestro lugar habitual esta vez María Joaquina había reservado una mesa en el salón central, lo cual había sido toda una odisea. He tenido la suerte de que mis amigas más cercanas del colegio vivieran en mi barrio, por lo tanto, el resultado de la conjunción entre amigos del barrio y del colegio siempre fue positiva.
Para llegar a la mesa camine por el pasillo cuya luz me alumbraba haciéndome sentir que desfilaba en la pasarela de la semana de la moda. Alrededor de la mesa ya se encontraban varios invitados y en el centro de ella, la clásica botella de whisky con una gran hielera que siempre generaba la duda de ser de plata o plaqué. Seguro más de una la ha golpeado con los dedos tratando de identificar la calidad del material, confieso haberlo hecho. Siempre fui de las que decían: “Ya estoy muy cerca” cuando ni siquiera me había metido a la ducha, así que era obvio que podía ser la última en llegar, hábito que heredé de mi madre. Cuantas personas quedaron sordas por los interminables bocinazos de mi padre esperando a que mi madre saliera de la casa.
Después de varios platillos ingeridos, varios whiskys y varios desertores, quedamos un grupo reducido de féminas y André, a quién siempre le gustaba quedarse con nosotras.
La gente ya pedía subir el volumen y claramente ese no era el lugar. Decidimos cambiar de local y ese era el momento donde realmente la celebración estaba por comenzar. Después de acomodarnos en dos carros nos enrumbamos a uno de los lugares favoritos de la cumpleañera, el tan ansiado Karaoke.
Pasamos de un restaurante con vista al mar, a un local con vista a las vías del tren. Tren que hasta ese entonces no tenía rumbo definido. En la puerta del local se encontraba un hombre con una linterna en la mano vistiendo un terno de la última promoción de tiendas “Él”. El local tenía como puerta de ingreso dos mamparas de lunas polarizadas y un borde de aluminio pintado de negro. No había letrero alguno, así que cada uno ingresaba bajo su propio riesgo. El sitio estaba matizado por una luz ultravioleta que hacía resaltar los ojos y la blancura de los dientes. El humo del cigarro esparcido en todo el local le daba un toque tenebroso. Uno sentía que flotaba en el ambiente como alma en pena que hacía su primera aparición. En las paredes como decoración se encontraban algunos letreros de neón obsequios de algunos auspiciadores. Nos indicaron que subiéramos al segundo piso por la escalera de baranda de fierro y piso de metal estriado, metal que se usa en las escaleras de los micros. Nos ubicamos en una mesa larga que a lo lejos gritaba: “marca comodoy” y dimos la bienvenida a algunos tragos como la piña colada, o ron con coca cola, tragos icónicos de una época que podría delatar nuestra edad. La llegada del micrófono no se hizo esperar y empezamos a cantar con todas nuestras fuerzas como si estuviéramos solas en el local. Ya con algunos hits en nuestro repertorio, nos percatamos de que André no estaba y Charols como quién ve un pokemon en su ruta fue a atraparlo. Estaba en la barra conversando con un chico a quién nos presentó como su amigo del instituto. El chico tenía una mezcla de Screech de salvado por la campana y Woddy Allen. Tímidamente ocupo un lugar en la mesa. Bastó pocos segundos para que este personaje se encontrara rodeado por nosotras listas para empezar con el interrogatorio.
-¿Así que se conocieron en el instituto? - preguntó una de nosotras.
-¿En qué instituto? - preguntamos.
El pata apenas levantaba la cabeza para respondernos, escondìa su cara entre sus rulos y sus lentes. Traía consigo un aire de pena. Así que empezamos con las preguntas más íntimas.
-¿Eres soltero o casado? - pregunté.
-Casado- respondió el,- pero me acabo de separar acotó-.
-¿Y hace cuanto te separaste? - preguntamos.
-Ahorita, hace un momento- dijo él.
-Ahorita! - exclamamos asombradas, mientras sentíamos como el efecto del alcohol se evaporaba.
-Si, salí de mi casa y no pienso regresar- dijo él.
-¿Y qué dijo tu esposa?- le preguntamos.
-No ella no lo sabe- confesó.
En ese mismo momento pasamos de ser incriminadoras a consejeras de este individuo. Después de algunos reflexiones, sentimos una fuerte energía que venía a nosotros y aparecía por la escalera vestida con un pijama morado de polar que, si bien de lejos podía parecer Barney, distaba mucho de estar cerca a emitir su clásica frase: “Hola amigos”, por el contrario, la frase que escuchamos a todo volumen fue: “Así te quería ver con esas perras”. Fueron segundos que parecieron minutos en los que nos quedamos congeladas preguntándonos a que “perras” se refería, hasta que empezaron los ataques de risa sin parar al darnos cuenta de que habíamos sido bautizadas como “perras” pero no cualquier perra si no, “esas perras”. La mujer salió del local enfurecida. El individuo salió detrás de ella.
Entonando a Paulina Rubio, la chica dorada, ” Yo no soy esa mujer que no sale.........”, dimos por terminada la celebración cumpleañera.
Uno nunca sabe por qué camino nos puede llevar la vida, ni que personaje o personajes lleguemos a ser en este camino, pero siempre estaremos listas para cantarle a la vida a todo volumen.